Dice la sabiduría popular que nada mejor que
hablarle a nuestras plantas para que se vean fuertes y mantengan su
color verde brillante.
Es más, algunas columnas de jardinería online recomiendan incluso qué tono de voz utilizar para comunicarnos con ellas.
Pero
esta semana una empresa suiza sacó a la venta un dispositivo para
cuidar a las plantas que parte de una premisa radicalmente opuesta: son
las plantas las que nos tienen que hablar a nosotros para mantenerse
saludables y bellas.
El aparato es en realidad un sensor con
tecnología wi-fi que alerta a los dueños -a través de un mensaje a su
celular- cuando sus mascotas verdes necesitan agua, luz o nutrientes.
El
sensor recoge información crucial, como por ejemplo la humedad de la
tierra, la temperatura y la intensidad de la luz a la que esta expuesta
la planta.
Es importante colocarlo en el borde de la maceta y evitar que lo cubran las hojas para que pueda medir la luz correctamente.
Estos datos son enviados a través del módulo wi-fi a un centro de cuidados, donde se evalúa la vitalidad de la planta.
Tras la evaluación, el centro le envía a su dueño instrucciones específicas y detalladas sobre lo que debe hacer.
El sensor recoge información crucial para que el dueño sepa qué tiene que hacer con su planta.
Cada
dispositivo cuesta alrededor de US$150, y sólo hace falta uno para
monitorear todas las plantas de la casa (se coloca durante un día en
cada maceta).
Según Jeremy Green, de la empresa de análisis de
tecnología Ovum, hay en la actualidad un mercado para este tipo de
productos inteligentes pequeños.
"El mercado para esta clase de sensores que te ayudan a hacer las cosas es enorme".
Se estima que la venta de este tipo de objetos aumentará exponencialmente en el futuro cercano.
De acuerdo al centro de investigación IDC Nielsen, cerca 1.840 millones estarán conectados a la red para 2016.
Actualmente,
el sensor comunica los mensajes sólo en dos idiomas -inglés y alemán-
así que si usted no habla ninguno de los dos, tendrá que seguir
conversando con sus plantas o recurrir al método tradicional que nunca
-o casi nunca- falla: renovarles la tierra cada tanto, quitarles las
hojas muertas y, por supuesto, regarlas cuando haga falta.
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